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¿Porqué dudaste?
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¿Porqué dudaste?

¿Te ha sucedido también que en algunos momentos todo parece estar bajo control? Te sientes seguro, confiado, como si nada pudiera quebrantar tu paz. Pero, de repente, tu mente comienza a llenarse de pensamientos de duda, de inseguridades que nublan tu corazón, y sientes que literalmente tus pies empiezan a temblar, como si no pudieran sostenerte más, al punto de hacerte caer. y Dios te pregunta: ¿Porqué dudaste?.

Esto mismo le ocurrió a Pedro, narrado en Mateo 14:31. Jesús lo llamó a salir de la barca y caminar hacia Él sobre las aguas. Pedro, con la valentía del primer impulso, descendió y comenzó a avanzar confiado. Sin embargo, al fijar su mirada en el viento y en la tormenta, permitió que las dudas y el miedo lo invadieran, y comenzó a hundirse. En ese instante, la mano de Jesús se extendió rápidamente, justo cuando parecía que se ahogaría. Ese gesto nos recuerda que nunca estamos solos en nuestras caídas. De igual manera, Isaías 41:13 nos muestra la voz firme y tierna de Dios: “Yo soy el Señor tu Dios que te sostiene de la mano derecha y te dice: No temas, yo te ayudo”. Es una promesa eterna de compañía y socorro.

Y es que no siempre es sencillo mantener la fe encendida. Hay días en que la oración parece seca, en que la ausencia de respuestas nos confunde, en que el silencio de Dios nos inquieta. Pero aun en esos silencios, Dios está presente, trabajando en lo profundo, forjando nuestro carácter, moldeando nuestra vida y guiándonos hacia nuestro verdadero destino. Aunque a veces no lo veamos, Su obra nunca se detiene.

Nuestros pensamientos tienen poder, y somos fruto de lo que alimentamos en nuestra mente. Si dejamos que la duda, el miedo o la negatividad tomen raíz, será difícil mantenernos firmes. Por eso necesitamos nutrirnos constantemente con la fe: dedicar tiempo a la oración, a la lectura de la Palabra, a la Eucaristía, y a esos momentos de intimidad con Dios que llenan el alma. Esa es la clave para fortalecer nuestra confianza y para cultivar una resiliencia que nos recuerde siempre que las pruebas son temporales, que todo ocurre en el tiempo de Dios y con un propósito eterno.

Un buen comienzo es incluso revisar qué dejamos entrar en nuestro corazón cada día. La música que escuchamos, los mensajes que recibimos, las palabras que repetimos, todo ello tiene un impacto directo en nuestra manera de pensar y sentir. Al elegir canciones que eleven nuestro espíritu, que nos acerquen a Dios y nos llenen de esperanza, damos un gran paso hacia una vida más plena. La adoración puede estar presente en lo cotidiano: mientras trabajamos, mientras estudiamos, mientras servimos en casa. Allí, en medio de lo ordinario, podemos darle gloria a Dios.

Y entonces, poco a poco, veremos cómo nuestra vida empieza a transformarse: menos del mundo, más de Dios; menos temor, más confianza; menos ansiedad, más paz. Porque al extender la mano y tomar la Suya, descubrimos que jamás estamos solos, y que aun cuando nos sentimos hundir, Su amor nos sostiene y nos levanta siempre.

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